La violencia de género hoy día tiene un tratamiento especial en la legislación española, que contempla entre otras medidas de protección a la mujer órdenes de alejamiento, medidas de control para los agresores, vigilancia sobre la mujer por parte de los Cuerpos de Seguridad del Estado, etc.
Todas estas medidas están pensadas para proteger la integridad física de las víctimas de violencia de género, pero, ¿qué ocurre con su integridad psíquica?. En muchos casos las víctimas necesitan de apoyo psicológico que proporcionan los profesionales como psiquiatras y psicólogos, los cuales ayudan en la parte que les corresponde, pero entre las medidas que entre todos se adoptan destinadas a proteger a las víctimas, en muchos casos hay una laguna.
Las mujeres que cuentan con escolta o vigilancia esporádica por parte de los Cuerpos de Seguridad se sienten protegidas, pero también en cierto modo señaladas por parte de la sociedad, y además pierden intimidad. Lógicamente, si su vida corre un serio peligro, lo lógico es contar con ese apoyo, pero en otros muchos casos se necesita otro tipo de “apoyo”.
La historia de Paloma
En verano de 2018 recibimos una llamada de una víctima de violencia de género. La llamaremos Paloma para proteger su intimidad. Paloma nos contó su caso; años de malos tratos físicos y psíquicos acabaron con su agresor en la cárcel. Pero el maltrato no acabó ahí. El agresor seguía amenazando a Paloma, en los permisos penitenciarios incumplía la orden de alejamiento, la amenazaba a ella y a su familia, además de romper las pulseras de localización en numerosas ocasiones.
Paloma contó durante una temporada con escolta 24 horas al día. En las inmediaciones de su domicilio había un coche patrulla estacionado todo el día y un policía de paisano la acompañaba cada día al trabajo. Estas medidas duraron un tiempo, y luego fueron sustituidas por vigilancia esporádica, además de que al agresor le pusieron la pulsera localizadora.
Paloma estaba protegida, pero el miedo no la abandonaba. No se atrevía a salir sola a la calle, aunque supiera que su agresor estaba lejos, ella seguía aterrorizada.
Un buen día vio una publicación en la que hablaban de la posibilidad de que perros adiestrados especialmente para estos casos acompañaran a víctimas como ella, dándoles apoyo y cierta seguridad. A Paloma siempre le gustaron los perros, de hecho ella tenía dos perros en ese momento, pero eran animales con capacidad únicamente de compañía.
Entonces se puso a buscar profesionales del adiestramiento canino cerca de su zona y nos encontró a nosotros, mantuvimos una serie de entrevistas y comenzamos la búsqueda de la que sería su compañera y “protectora”.
¿Cómo un perro puede servir de ayuda a una mujer víctima de violencia de género?
Uno de las secuelas que sufren las personas maltratadas es la baja autoestima y la pérdida de seguridad en sí mismos, que les limitan en su vida diaria aunque su agresor esté en la cárcel.
Para nosotros, la principal función de un perro que sirva de ayuda a una víctima de violencia de género es la de TERAPIA. Entre las funciones de un perro de terapia está el promover la mejora en el funcionamiento físico, social y emocional de las personas.
Lógicamente en este caso concreto, el perro también ha de cumplir una determinada labor de protección o defensa. Para que el perro cumpla una labor efectiva de TERAPIA, la víctima ha de sentirse protegida en cierto modo por el perro. Tiene que ser un factor que le dé la seguridad que le falta, para atreverse a realizar cosas cotidianas que al resto de personas se nos antojan normales, como simplemente dar un paseo por la ciudad.
¿Qué condiciones ha de tener un perro para realizar esta labor?
Ha de ser un perro con un físico potente, no necesariamente de una raza determinada. También su carácter ha de ser seguro de sí mismo y con una tendencia a la desconfianza hacia los extraños.
¿Qué adiestramiento requieren este tipo de perros?
Lo principal es que ha de estar socializado, pues debe acompañar a la víctima allá donde ella vaya, sea un centro comercial, la ciudad, su lugar de trabajo, etc.
Para ello es importante que la administración reconozca la labor de estos perros como PERRO DE TERAPIA, para así estar acreditado para acceder a todos los lugares públicos.
Necesita un adiestramiento en obediencia, con ejercicios de andar al lado, acudir a la llamada, sentado, tumbado, etc.
Y una parte no menos importante es su faceta como perro protector. Ha de ser capaz de desarrollar su función protectora de dos maneras. La primera es como medida de disuasión ante cualquier persona que quiera agredir a la víctima ladrando a la orden de su guía, y la segunda es como medida de protección, siendo capaz de embestir al agresor y derribarlo, dándole la oportunidad a la víctima de ponerse a salvo. Para ello estos perros se adiestran con el denominado bozal de impacto. Este bozal lo debe llevar el perro siempre que acompañe a la víctima por la vía pública. Con el bozal de impacto, el perro es capaz de desequilibrar al agresor, pero no de causar daños importantes al no poder ejercer la mordida sobre el mismo.
¿Pueden tener todas las víctimas un perro de este tipo?
Lamentablemente NO. Los perros no son máquinas y necesitan conectar emocionalmente con la persona que en adelante compartirá su vida. Además estas personas han de tener el suficiente carácter y adquirir las habilidades necesarias para poder manejar estos perros.
Este aspecto ha de ser valorado por el adiestrador que realice la fase de integración del perro a su nueva familia humana.